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Actualidad

Puntadas solidarias desde Peralta de Alcofea

Conchita, de 87 años, ha ejercido toda su vida como modista, ahora, recupera su máquina de coser para hacer cientos de mascarillas

Conchita tiene 87 años y lleva trabajando como modista 63. “En el 57 me saqué el título de profesora”, dice recordando el momento con orgullo. Desde entonces, no ha dejado de coser, “aunque desde hace 10 años ya no coso como antes, me canso más”. Pero eso no ha impedido que, ante esta situación excepcional ocasionada por el COVID-19, se haya puesto delante de su máquina para hacer cientos de mascarillas. “Hay que ayudar con lo que se pueda, a ver si salimos pronto de este bache”, afirma quien, como el resto de nuestros mayores, ha vivido de todo pero sigue mirando con sorpresa lo que está pasando y con miedo, no por ellos, sino por los que tiene a su alrededor.

En cuanto se enteró de la necesidad que había de material de protección, Conchita empezó a coser. En una primera remesa, envió 50 mascarillas al Hospital de Barbastro y, después, 50 más que entregó al Ayuntamiento de Peralta de Alcofea para que las gestione entregándolas a sus vecinos y, como seguían haciendo falta, está cosiendo 50 más, “mientras me queden tela y gomas”.

En su pueblo, todos van con mascarilla, se saludan cuando salen a por el pan desde el otro lado de la calle, esperan a que la farmacéutica les atienda desde la calle y dejan al vecino los huevos de sus gallinas en la puerta, en lugar de aprovechar para tomarse un café “y una charradeta”. Una imagen que se repite en todas las localidades del Altoaragón, una provincia de pequeños pueblos acostumbrados al contacto diario que ahora espera con ansia que sean las 20:00 para saludarse por las ventanas mientras aplauden y, en el caso de Peralta, escuchar el saxofón de José María Arazo.

Conchita vive sola pero eso no es lo que se le hace duro, dice, porque está acostumbrada, “ya no salía mucho y comprar, para uno, enseguida se hace”. Lo que echa de menos es su paseo diario “por la carretera de Torres”. “Después de comer me iba una hora a andar todos los días, eso sí lo echo en falta”.

De momento llena su tiempo delante de su máquina de coser haciendo mascarillas y aportando su granito de arena desde un pueblo del Somontano. Un pueblo que, como el resto, ha visto rota su rutina y que espera, paciente, el momento de volver a abrazarse.