Tres puntos que saben a más. Así fue la victoria de la SD Huesca frente al Sporting de Gijón. Porque los azulgranas aspiran a que se torne punto de inflexión después de la racha negativa que les había hecho caer a la parte baja de la tabla. Así, el triunfo se torna balsámico, en el debut de Jon Pérez Bolo ante una afición que se fue más que satisfecha del feudo oscense.
Abogaba ya desde la previa el entrenador por ver un equipo valiente y decidido desde los primeros minutos, que desterrara cualquier fantasma de rachas y dinámicas. Y así fue, con una SD Huesca que miró a la portería de un exazulgrana como Rubén Yáñez ya en el arranque. De hecho, solo dos minutos Portillo en probar los guantes del guardameta, que sacó un balón de la misma escuadra, al remate de cabeza del azulgrana. Fue un primer aviso, pero llegaron más, ya que apenas cuatro minutos después Yáñez volvía a sacar un potente disparo de Dani Ojeda, al rechace de un cabezazo peligroso de Sergi Enrich.
Pero la ventaja local llegó desde el punto de penalti, ya que en el 18, una mano en el área fue señalada como pena máxima, y Sielva no falló. Logró entonces la SD Huesca llevar el partido a su terreno, con un Sporting que solo exigió en una ocasión a Dani Jiménez, con una mano clave para llegar al descanso por delante en el marcador.
Intentaron subir una marcha los visitantes en el arranque de la segunda, pero no hicieron sufrir en exceso al cuadro azulgrana, que, de hecho, estuvo cerca de aumentar la renta. Fue en el 50 con un disparo de un participativo Dani Ojeda.
Rozó el Sporting la igualada, en una jugada invalidada por fuera de juego, y los de Jon Pérez Bolo optaron por ponerse el traje más rocoso para defender su tesoro.
Enol por Sergi Enrich fue el primer cambio, y Dani Luna por Dani Ojeda minutos después. Consiguió el equipo volver a ganar en calma, entrando ya en la recta final del encuentro. Aunque la tranquilidad definitiva llegaba en el 87 cuando una nueva mano clara en el área era sancionada como penalti. Sielva le dejaba el lanzamiento a Kortajarena, que tampoco perdonaba, y hacía que El Alcoraz estallara en felicidad plena.